Idea general materialista de Corrupción (definición): Repulsión estética / Sujeto operatorio
Como definición de la Idea de corrupción, en toda su generalidad, cabría proponer la siguiente: “La corrupción es la transformación de un sustrato aparentemente sano, según su presencia estética en el entorno del sujeto, en un sustrato que resulta ser repugnante y aun peligroso para el sujeto mismo que descubre esa transformación”. Si el proceso de degradación se considera en sí mismo, dejando de lado los efectos repulsivos que produce en el sujeto operatorio (o en un subconjunto de sujetos frente a otros), la transformación del sustrato dejará de ser percibida como corrupción y pasará a ser percibida como una fase de la evolución del sustrato. En particular, esto sería lo que ocurre incluso en el caso en el cual se advierte que determinados casos de corrupción política no son catastróficos, sino conservadores, porque en este supuesto la toma de partido de los subconjuntos de sujetos favorecidos por la corrupción dejará de tener el signo de repulsión. La repulsión se dirigirá en todo caso no ya contra las instituciones corruptas, sino contra los “subconjuntos de sujetos” que las perciben como tales, y acaso de un modo apocalíptico. Como “ilustración doméstica” de este concepto de corrupción podríamos poner el caso del huevo podrido. Tras su cáscara, aparentemente sana, similar a la de un huevo fresco (suponemos que no hemos utilizado las pruebas ordinarias de flotación en solución salina, y menos aún el ovoscopio), se oculta un proceso degenerativo que transforma su contenido (sustrato) en una masa fétida y repugnante que se nos manifiesta estéticamente al abrir la cáscara, y que se estima como extremadamente peligrosa en cuanto alimento. Es esta repulsión estética la que nos mueve a arrojar inmediatamente el huevo podrido al cubo de la basura, es decir, a alejarlo de nuestro entorno inmediato. Ahora bien, cuando este mismo huevo lo abrimos en el laboratorio a fin de analizar el proceso de su transformación en sí mismo (y al margen de sus efectos sobre el comensal), la idea de corrupción habrá que ponerla entre paréntesis, a fin de poder atender al análisis de sus albúminas, lecitinas, colesteroles, glicinas, alaninas… y, por supuesto, el [ácido] sulfhídrico H2S desprendido con el característico “olor a huevo podrido”. […] Conviene finalmente poner de manifiesto una situación sumamente paradójica en relación con nuestra tesis acerca del carácter estético de la idea de corrupción, la que plantea la Ley de la Entropía […], como ley científica anantrópica o α-operatoria. Una ley que, sin perjuicio de sus pretensiones de objetividad absoluta, está, sin embargo, formulada en términos de degradación o corrupción de la energía […], de la corrupción de las más diversas formas de energía cuando se transforman unas en otras, desprendiendo calor, que es ya intransformable. Porque esto equivaldría a decir (si mantenemos el carácter β-operatorio, antropocéntrico, de la Idea de corrupción) que en el fondo de la ley α-operatoria de la entropía cósmica se encuentra el concepto antropocéntrico β-operatorio de corrupción. No podemos entrar aquí en esta cuestión. Nos limitamos a constatar: En primer lugar, la posibilidad de negar la objetividad anantrópica del principio cósmico de Clausius, entendido como una ley cósmica, la llamada “ley de la entropía”, precisamente por su dependencia de la idea de degradación (la dificultad es extender esta ley al Universo, como si él fuese en sí mismo un sistema cerrado). En segundo lugar, advertimos la posibilidad de considerar legitimada la ley cósmica de la entropía eliminando de ella la idea de degradación o de corrupción. No habría por qué considerar como una degradación de la energía a la producción irreversible de calor en sus transformaciones, porque la degradación solo podría ser referida a los marcos pragmáticos (β-operatorios) [756] en los cuales se va perdiendo la disponibilidad de una recuperación. Fuera de estos marcos la irreversibilidad no tendría por qué interpretarse como una degradación, como tampoco la muerte del organismo viviente [489-506] significa una “corrupción de la Naturaleza” (en opinión de Aristóteles, la muerte no era un movimiento violento, sino un movimiento natural del organismo viviente).