Europeísmo vigente como corrupción (ideológico-tecnológica) específica de la democracia parlamentaria

[1] “Europeísmo” [y] “humanismo” son términos que designan ideologías o nematologías [876] caracterizadas respectivamente por estar organizadas en torno a la idea de Europa o a la de Hombre, en cuanto valores, si no supremos, sí primeros en la jerarquía de los valores de la tabla de referencia […]. Son ideologías que se definen como tales tanto por lo que afirman o defienden como por lo que niegan, atacan o rechazan. Pero la diferencia entre el europeísmo y el humanismo en cuanto ideologías no es dicotómica, puesto que casi siempre hay alguna intersección entre ellas. La mayor parte de las ideologías europeístas de la actualidad suelen proclamarse a la vez humanistas (aun cuando hay europeísmos que no son considerados como humanistas, sino como racistas, si bien su racismo, visto desde dentro, suele ser interpretado como un humanismo en la medida en que se considera a una raza, por ejemplo, a la raza aria, como la expresión más genuina del ser humano, como su símbolo). Así también, por supuesto, el humanismo no tiene por qué ser siempre europeísta. Ahora bien, […] hay muchas clases de europeísmo como hay muchas clases de humanismo […]; muchas veces los europeísmos son incompatibles entre sí, como también son incompatibles entre sí los humanismos. Por ello, no es de extrañar que estos términos, “europeísmo” y “humanismo”, vayan adjetivados. Es la manera más expeditiva de determinar la clase o tipo de humanismo o de europeísmo con el que tratamos. De este modo, se habla muchas veces del humanismo cristiano para distinguirlo directamente del humanismo pagano (el humanismo de Cicerón, expresado en su Pro Archia o el humanismo estoico) o del humanismo musulmán o del humanismo budista; se habla también del humanismo socialista, comunista o marxista, o socialdemócrata-krausista, del humanismo positivista (la Humanidad como Ser Supremo de Augusto Comte), del humanismo laico, del humanismo liberal, etc. Asimismo, y aun cuando el término “europeísmo” no suela ir adjetivado (lo que sugiere que quien utiliza el término considera con un subjetivismo o ingenuidad sorprendente que el significado que él le atribuye es el único o al menos el auténtico), lo cierto es que el término “europeísmo” está también afectado de hecho de alguna determinación muy precisa. Unas veces es el europeísmo renacentista, el que representó Andrés Laguna en 1543 en la plenitud del Imperio de Carlos V [726]; un “europeísmo cristiano” que se ha mantenido hasta nuestros días, principalmente por los partidos europeístas democratacristianos […]. Otras veces, el europeísmo toma el signo de la Ilustración: es sobre todo el europeísmo de signo francés (a veces franco-alemán), el de Napoleón, y también el europeísmo sublime de Husserl o de Ortega [vid., Gustavo Bueno, “La Idea de España en Ortega”, El Basilisco, núm. 32]; y también hoy el europeísmo germánico y, en esta línea, cabría poner a Bismarck y al káiser Guillermo II (Plan Bethmann-Hollweg, del año anterior al comienzo, en 1914, de la Primera Guerra Mundial; o el Programa de Septiembre de un año después, del Zentrum católico alemán, que planeaba incorporar Bélgica, el Congo, los Estados bálticos, Ucrania y parte de Francia al Imperio alemán), y sobre todo a la Europa nazi, a la Europa de Hitler, cuyo europeísmo, concebido también bajo la hegemonía de Alemania, arrastró a la Segunda Guerra Mundial a millones de alemanes que ya lo habían mamado mucho antes que Hitler. Este europeísmo germánico está muy próximo, aunque no se confunde con él, con el europeísmo centralista (llamado a veces paneuropeísmo, por Coudenhove-Kalergi, como reacción a la victoria soviética de 1917), el europeísmo franco-alemán que tiende a segregar de algún modo al europeísmo periférico (Rusia, Inglaterra, España). También hay un europeísmo unionista, un europeísmo concebido sobre todo en el terreno tecnológico como europeísmo económico-político, el que impulsó el Plan Marshall: OCDE en 1948, CECA o Comunidad Europea del Carbón y del Acero en 1952, Tratado de Roma en 1957, Mercado Común Europeo en 1981, y que continuó en el terreno ideológico todos los principios de la Europa sublime y humanística (Tratado de Maastricht de 1991, Proyecto de Tratado por el que se establece una Constitución Europea de 2004). Un lugar privilegiado para estudiar la floración de algunos de estos europeísmos tan diversos en España es su proceso de polarización entre aliadófilos y germanófilos, que tuvo lugar ya a raíz de la Primera Guerra Mundial. [2] Pero, acaso lo más característico del europeísmo a secas, de lo que podríamos llamar “europeísmo vigente”, es la confusión culpable (o, peor aún, ingenua) de los europeísmos más diversos. Confusión obligada, en cierto modo, por la convivencia democrática, en el Parlamento Europeo, de las corrientes europeístas más opuestas o incluso incompatibles. Y no solo en función de los intereses de los Estados socios (Francia, Inglaterra, Alemania, España, Polonia, Rumanía), sino también de los partidos políticos enfrentados nacional e internacionalmente en el Parlamento Europeo (socialdemocracia, democratacristianos, ecologistas, etc.), aunque solo sea un “Parlamento de papel”. El Europeísmo vigente, en el plano de los significantes, en cuanto es un europeísmo confuso, podría considerarse, sin duda ninguna, como el primer síntoma de su corrupción ideológica. Porque quienes utilizan el mismo término “europeísmo” están ambiguamente queriendo hacer creer (o, lo que es peor, creyéndolo sinceramente) que dicen en el fondo lo mismo cuando en realidad, utilizan significados muy distintos y aun incompatibles. Ese fondo en el que dicen creer los más diversos parlamentarios y funcionarios euroburócratas, que asumen en europeísmo vigente, acaso tiene muy poco, en el plano tecnológico, de la vaguedad o de la imprecisión que tiene en el plano ideológico. Acaso su contenido tecnológico es muy evidente y definible: mantener el statu quo para que los cientos de parlamentarios europeístas y euroburócratas puedan continuar disfrutando sus legales, y no por ello menos apetitosas, retribuciones. Importa constatar que la corrupción de fondo que atribuimos al europeísmo vigente en el terreno ideológico es una corrupción específicamente democrática en sentido genético. Es decir, un tipo de corrupción que solo en una democracia parlamentaria avanzada puede prosperar. Sería absurdo buscar este tipo de corrupción (aunque no otras) en un Congreso europeo de signo napoleónico o nazi, y no porque esos congresos estuvieran libres de toda corrupción, sino porque sus corrupciones específicas serían de otra índole.

Corrupciones no delictivas de la democracia española